lunes, 8 de junio de 2009

UN DÍA EN NAFPLIO (III)

La Platía Sintágmatos. Al fondo, el Museo Arqueológico


El espíritu y el alma ya quedaron bien atendidos en las iglesias que voy dejando a mis espaldas. Es ahora el cuerpo quien pide auxilio ante el ataque incompasivo de un sol que ya cae a plomo. Busco con urgencia una sombra y una Mythos bien fría en cualquiera de las cafeterías de la Platía Sintágmatos o Plaza de la Constitución, auténtico centro de la vida pública de Nafplio. La última vez que estuve aquí, se pagaba en dracmas y los camareros eran locales. Hoy, los tres euros de mi cerveza me los ha cobrado un chaval rubio y de ojos claros que apenas se manejaba en griego. Los tiempos cambian también aquí...


El edificio del Banco Nacional de Grecia


El Vuleftikó, antigua mezquita, sede del primer Parlamento griego

Desde la sombra de mi observatorio, contemplo el paso sin prisa de los viandantes por delante de los históricos edificios que a lo largo de los siglos se han dado cita en esta plaza: el Museo Arqueológico, con su pesada arquitectura, que fue depósito de la Armada veneciana y también, según leo en mi guía, centro de interrogación durante la ocupación alemana. El Teatro Municipal, conocido como Trianón porque así se llamaba el cine que albergó hace años, instalado en el edificio de la más antigua mezquita otomana que se conserva en Nafplio. El edificio del Banco Nacional de Grecia, que combina el estilo neoclásico con cierta inspiración micénica en su fachada. Y, un poco más allá, el Vuleftikó, otra antigua mezquita otomana que dio cobijo al primer Parlamento griego tras la consecución de la independencia y que hoy en día se utiliza como espacio cultural y centro de congresos.



Pero Nafplio es también la ciudad del komboloi, esa especie de rosario que muchos griegos llevan en la mano y con el que juguetean cuando no tienen nada mejor que hacer. Nafplio ha conseguido hacer del komboloi un reclamo turístico más. Y yo, que soy apasionado coleccionista de kombolois y begleris, tengo que apurar presto mi cerveza si quiero llegar a tiempo de visitar el Museo del Komboloi antes de comer.




Situado en una encantadora casona de la muy comercial calle Staikopulu, en la planta baja podemos comprar kombolois de todos los materiales y precios e incluso elegir nosotros mismos las cuentas y los colores para que nos confeccionen nuestro komboloi personal. El museo propiamente dicho se encuentra en la primera planta y alberga una colección de kombolois de todo el mundo (árabes, turcos, tibetanos, hindúes, católicos (rosarios) y, por supuesto, griegos). Algunos de los objetos expuestos datan del año 1750.




Tras visitar la exposición, no puedo resistirme a la tentación de comprar algunos kombolois y begleris para mi colección personal y también para regalar. Adquiero asímismo un libro titulado "El komboloi y su historia", editado por el propio museo. Sobre kombolois y begleris hablaremos con detalle más adelante en las páginas de este blog.




Salgo del museo casi a las dos de la tarde. La calle Staikopulu está a rebosar de gente y hay un idioma que se impone entre todοοs lοs demás entre los viandantes, ¿imagináis cuál?... Efectivamente: el español. Se escucha la lengua de Cervantes por doquier, con todos sus acentos y variantes. Cualquiera diría que hay tres cruceros españoles anclados en el puerto.



Son más de las dos y el hambre aprieta. Habrá que comer bien si quiero completar con éxito el programa que tengo previsto para la tarde: visita al Burtsi y subida al Palamidi.


Καλή όρεξη! - ¡Buen provecho!